Crónicas de una treintañera divorciada - Parte II: La conquista victoriana

El romance en la era victoriana ha muerto. Pero sin dudas deja sus trazas de conquista con las cuales nos enfrentamos al día de hoy. 



La necesidad masculina de encontrar una doncella a la que rescatar, visualizar la decencia y la rectitud como imagen a adorar, es uno de los rasgos característicos que hoy en día parece tejer conductas normativas al momento de la conquista. 

La visión de una mujer dependiente alimentaba la masculinidad de una forma que, hasta nuestros días, deja rastros. ¿Cómo amalgamar la muerte de la debilidad y fragilidad victoriana 200 años después, donde la mujer independiente atenta contra la naturaleza impuesta del hombre?

El precepto de amar honrando y de que la pureza e inocencia se esfuman ante la mujer empoderada, conflictúan al hombre haciéndolo pensar que debe establecer un vínculo que retroalimente esa supuesta esencia natural de la mujer:

Dos citas y amar

Dos citas y prometer

Dos citas y creer que se debe establecer un vínculo más allá de lo sexual


Ciertos preceptos normativos que los hombres del siglo XXI siguen reproduciendo en pro de una conquista circunstancial que cae por su propio peso después de algunas citas y un par de encuentros sexuales. 

Si en la era victoriana se creía que la manifestación sexual de la mujer era símbolo de enfermedad mental. ¿Qué se cree en pleno siglo XXI de la misma? 

Las etiquetas y los adjetivos, hacia una mujer que vive libremente su sexualidad sustentada en una vida sin dependencia al género masculino, no se hacen esperar. Ya no solo desde el lugar de hombre, sino, peor aún, desde las propias mujeres. Esa imagen de mujer que libremente expresa su vida sexual es una especie de afrenta a aquellas que de la suya hacen un sitio de culto, en donde, el amor debe tener un lugar preponderante ante lo sexual y no puede deslindarse jamás del mismo. 


¿Cómo trascender a la conquista vitoriana?

Encontrando qué quiere una de su vida sexual y amorosa. Deslindando ambas rutas, que parecen históricamente unidas sin posibilidad de bifurcarse en dos caminos que de forma circunstancial pueden (o no) unirse. 

No cabe duda de que el rol masculino cumple una función insoslayable en donde debe deconstruir el ideal de mujer frágil y dependiente, poniendo sobre la mesa con claridad lo que pretende de los encuentros. 

Nuestro papel es sincerarnos con nosotras mismas, intentando entender que el amor no necesariamente es sexo y que (sin dudas) el sexo no debe ser necesariamente amor.





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